El amor, para mí, es el arte de desnudarse el alma, de entregarse sin reservas, de vivir cada latido como un voto sagrado. No sé amar a medias, porque mi corazón no entiende de mitades. Cuando amo, me entrego por completo, con cada fibra de mi ser, y en esa entrega busco reciprocidad, esa chispa mínima pero poderosa que ilumina la conexión entre dos almas. Es un todo o nada; no hay punto medio en este viaje llamado amor.
La lealtad es su columna vertebral, el interés genuino su corriente vital, y la comunicación su aliento. En este lenguaje universal del corazón, me encuentro profundamente conectada con los "cinco lenguajes del amor": palabras de afirmación que acarician el alma, actos de servicio que son gestos de devoción, el contacto físico que elimina las distancias, los regalos que son mensajes envueltos de significado y, sobre todo, el tiempo de calidad. Ah, el tiempo... Cada segundo compartido es un poema sin palabras, una danza sagrada entre dos corazones que se escogen mutuamente.
A veces me han preguntado por qué doy las gracias, y mi respuesta siempre es la misma: porque alguien ha elegido detener su mundo y compartir un instante conmigo. Esas pausas en la prisa del día, esos momentos donde somos solo dos seres latiendo al unísono, son joyas preciosas que guardo en lo más profundo de mi ser.
En mi naturaleza observadora he descubierto que las pequeñas cosas revelan verdades profundas. Al mirar las relaciones a mi alrededor, entiendo qué quiero y qué no deseo en la mía. Aunque vivo en un mundo que parece haber olvidado el romanticismo, yo sigo soñando con lo extraordinario dentro de lo cotidiano.
Quiero ese amor que me elija todos los días, incluso en los días grises, incluso cuando el cielo parece derrumbarse. Quiero abrazar lo bueno y lo malo, porque amar a alguien es aceptar la totalidad de su ser, con todos sus matices.
Sé que el amor puede doler, pero también sé que tiene el poder de renacer. Del dolor surge la fuerza, de la ausencia brota el deseo, y del amor perdido, una nueva oportunidad para sentir. Porque no hay nada más sublime que la calidez del cariño, esa chispa divina que nos hace humanos. Sí, puedo vivir y renacer en el amor, porque para mí, amar es escoger, es querer, es construir un hogar en el alma del otro. Y aunque el camino esté sembrado de desafíos, siempre valdrá la pena caminarlo, porque al final, el amor lo es todo.
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