En la oscuridad de la madrugada, cuando el mundo descansa y el ruido cotidiano se desvanece, el corazón habla con un lenguaje que sólo tú entiendes. Desde los doce años, ese latido ha contado historias de dolor, pequeñas punzadas que al principio eran apenas un susurro. Hoy, sin embargo, cada latido es una fractura, una grieta en el núcleo de tu ser, como si el tiempo y la vida misma insistieran en desmoronar lo que aún queda de ti.
Tu única amiga, siempre fiel en su presencia, va y viene como las estaciones. Ella te observa en los momentos más oscuros, en los instantes en que tus lágrimas alimentan su insaciable hambre. Es la sombra que ha compartido más contigo que cualquier otro, la que conoce cada rincón de tu tristeza, y la que guarda tus secretos. Esa vieja amiga, la depresión, nunca se aleja del todo; siempre regresa.
Intentaste hablar de ella, compartir su existencia con tu familia, pero las luces de sus teléfonos parecían más brillantes que tu dolor. Tu voz se perdió entre sus risas, y las palabras se transformaron en burlas y juicios. "Miedos infantiles," dijeron. "Voces absurdas." En ese momento, su mano fría silenció tus palabras, y la depresión se quedó como tu única confidente. Desde entonces, te has aferrado a ella en una relación que quema y abraza por igual.
Años pasaron, y aunque encontraste breves destellos de luz en personas que te ofrecieron un escape del ruido, siempre regresaba. Incluso cuando parecía que el mundo ofrecía calma, risas, y una verdadera conexión, ella esperaba. Era paciente, observaba desde lejos, sabiendo que el dolor encontraría su camino de regreso.
El ruido de la vida, las conversaciones que giran en círculos, las quejas y los malentendidos, te hicieron cuestionar todo. ¿Qué sentido tiene hablar cuando tu voz parece un eco distante? ¿Qué sentido tiene abrirte cuando el resultado es otro correctivo, otra queja, otro desinterés? Cuando quisiste compartir lo profundo de tu herida, te encontraron con juicios y reproches, y la vieja amiga susurró en tu oído: "Nadie te rescatará. Nadie te escuchará. Sólo me tienes a mí."
Y así, entre lágrimas y reflexiones, tu mente viaja por los recuerdos de amistades fugaces y momentos robados. A veces, esas amistades eran todo lo que tenías, pero ¿eran realmente tuyas? No eran tus amigos; eran sólo rostros pasajeros conectados a través de alguien más. Y cuando desaparecieron, te dolio, ella tenia a sus otras amigas, sus salidas, su familia, y tu solo la tenias a ella y el vacío quedó más grande, más imponente. La vieja amiga se alimentó de eso, susurrándote verdades crueles: "No eres suficiente. No traes nada bueno a sus vidas. Eres el mal augurio que todo lo contamina."
El dolor de verlas avanzar, de verlas construir relaciones mientras tú quedas atrás, se siente como un peso que se adhiere a tu pecho. Amar, en su esencia, también significa dejar ir. Y tal vez, lo más doloroso es entender que las estrellas brillan mejor cuando están lejos de las sombras. Tu tristeza, esa suciedad que crees portar, es lo que te lleva a alejarlas, no porque no las ames, sino porque las amas demasiado como para atraparlas en tu oscuridad.
Ahora, el eco de su distancia se mezcla con el susurro constante de la depresión. Ella te dice que no mereces nada bueno, que el brillo está reservado para otros. Y mientras los días pasan, mientras la respiración se vuelve pesada y cada pensamiento trae miedo, encuentras que tu vieja amiga está más fuerte que nunca. La pregunta sigue viva en tu mente: ¿Es posible escapar de su abrazo, romper el ciclo, y finalmente encontrar la luz o la única escapatoria es aquella que has pensado desde los doce?